…a mi amigo Carlos
Tenía 27 años y murió.
Le daba miedo la vida y como una broma del destino tuvo que luchar por ella.
Luchó como pocos han luchado, como pocos recuerdan haber visto jamás a nadie luchar.
Se aferró a una esperanza, a un sueño, pero como en todo sueño, tarde o temprano hay que despertar, y en este caso, el despertar significaba el dormir para siempre.
Todos le huían, le huíamos, disfrazando el miedo con trajes de moral.
Debía ser duro, muy duro, el vivir siempre en un continuo carnaval donde uno es el único que no se disfraza, que va a pecho descubierto.
Nunca buscó en espejismos el color azul del cielo o el reflejo de un arcoíris en un paisaje humedecido por la lluvia, nunca buscó en ajenas lo que tenía en ella, nunca anduvo con ellos porque ella le llenaba, nunca…
Era “normal”, normal entre comillas, normal a ojos de una sociedad “anormal” que se autodefine con la normalidad del cinismo, del progreso y la civilización.
No fue seducido en la cama por el virus de la marginalidad, no sintió el pinchazo del rechazo y de la soledad, simplemente fue un error, se lo dieron disfrazado de salud para curar su mal, pero resultó que su mal era leve y su remedio letal.
Jamás lo entendió, nunca comprendió la venda que tapaba los ojos de la amistad, el cariño o la comprensión. La venda hecha con el material más duro, más grueso, más difícil de romper, la venda hecha con la tela del miedo.
En un principio, solo en un principio, se sintió traicionado, se sentía distinto a todos, a unos por ser un leproso del siglo XX, a los otros, a los que también agonizaban sumergidos en la oscuridad de la marginación, por no haber sido propenso a nadar en esas aguas.
Pero pasaron días, tal vez semanas, y fue dándose cuenta, fue comprendiendo la verdad, y la verdad era sencilla, nadie lo busca, nadie lo ha comprado, nadie lo quiere.
…Y entonces luchó, luchó como nadie, pero no luchó por su vida, no luchó por ese grano de tiempo que le quedaba en la inmensidad de las dunas de la inmortalidad del tiempo, luchó por todos, por esos a quienes se aparta y se recluye, por esos a quienes la miel del cariño se les está negada y deben de vivir en la amargura de la soledad.
Luchó por sentirse humano, por ser alguien y no un número en las estadísticas (…).
En las últimas horas no se quejó, siempre procuró que su familia no sufriera o que no sintieran lástima por él, pero en su interior, siempre y hasta su último suspiro, en lo más profundo de su alma martilleaba constantemente una pregunta, una sencilla pregunta, y el día que por fin despertó de su sueño y durmió para siempre solo atisbó a susurrar una pregunta, un reproche, tres palabras en voz alta:
¿Por qué a mi…?
PD: Este relato se lo escribí a un amigo en el año 1992, desde donde afortunadamente las cosas han cambiado mucho y espero lo sigan haciendo aún más , hasta que haya un momento que la normalidad sea tal y que ya no haya motivio para tener que cambiar nada.(Estracto de un escrito perteneciente al libro pensamientos y poemas)
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