jueves, 29 de marzo de 2012

¿DE VERDAD ME LA TENGO QUE JUGAR?

…salí a hurtadillas de mi escondite, no sin antes mirar en ambas direcciones con la máxima precaución posible. Sabía que desde primera hora del día la situación sería tensa y que mi integridad física corría serio peligro. Hacía días que el ambiente se había empezado a enrarecer, las informaciones que nos habían llegado al puesto de control eran algo difusas, no demasiado concretas, pero no hacía falta pertenecer a la sección tercera del CSID para saber interpretar los indicios, el ambiente se iba caldeando por momentos.
  Cuando al fin me decidí a adentrarme en territorio hostil, sentí que había más de un par de ojos clavados, cual espadas, en mi espalda y que controlaban todos mis movimientos, o esa era por lo menos mi impresión inicial. Tenía claro que debía apresurarme si deseaba lograr con éxito mi objetivo, alcanzar mi destino en tiempo y forma. Crucé las calles semidesiertas de lo que parecía una ciudad abandonada. No creí que fuera prudente subirme a mi Jeep y atravesar las líneas enemigas de una forma tan ostentosa y preferí intentar pasar desapercibido adentrándome en el peligro a pié. Apresuré el paso todo lo que mi frágil y delicada carga me permitía. Cuando apenas llevaba medio kilómetro recorrido pude ver en la distancia un puesto de control del enemigo, me agaché todo lo raudo y veloz que mis maltrechas rodillas me permitieron rezando porque no me hubieran visto. Aguanté la respiración todo lo que pude mientras un escalofrío me recorría toda la espalda y las gotas de sudor me iban empapando la cara en un desesperado intento de refrescar mi cada vez más acalorado rostro. Pasaron unos segundos que se me hicieron eternos y al fin me convencí de que no se habían percatado de mi presencia. Giré hacia la derecha y me alejé de la avenida principal con la intención de que aunque más largo, el camino que me disponía  a tomar resultase más seguro y menos transitado. Mientras me alejaba pude oír como detrás mío daban el alto a un grupo y ante el intento de huida de éstos, se había entablado una lucha entre ambos grupos que a la postre se convirtió en una distracción perfecta para mi huida. Corrí hacia mi destino con la conciencia manchada por mi cobardía al no haber intentado ayudar a mis “camaradas” y utilizar su desgracia para mi beneficio, pero mi misión era de alta importancia y había que concluirla cayese quien cayese.
            Tras dos horas de esquivas, cambios de trazado y carreras entrecortadas, por fin me encontraba ante la fachada. Oteé el horizonte intentando vislumbrar algún “soldado enemigo”, pero todo parecía estar en calma. Parecía que los cabecillas del otro bando en su afán por priorizar la protección de objetivos habían dejado abandonado el mío. Me adentré por los jardines de la mansión extrañamente no custodiados hoy por nadie, la situación me empezó a dar mala espina, pero pensé que tal vez y por primera vez en el día la suerte me sonreía, así que seguí avanzando hasta toparme con la puerta principal, una puerta de madera maciza de principios de siglo que aun hoy mantenía su altiva arrogancia. Golpeé la aldaba contra la madera en la desesperada ilusión de que alguien de los “míos” estuviera de guardia tras ella. Esperé unos minutos y no obtuve respuesta. Volví a golpear, esta vez con más fuerza si cabe mientras no paraba de echar furtivas miradas a mi alrededor esperando que mi suerte continuara y no pasara nadie por la zona que me pudiera identificar, pero la respuesta fue la misma y cuando ya empezaba a desesperar, comencé a oír unas fuertes pisadas que se aproximaban por el lado opuesto de ese infranqueable obstáculo. Volví a contener la respiración mientras las vetustas bisagras del portón chirriaban como deseando descubrir mi posición al enemigo con sus alaridos de dolor. De repente, y para mi alivio, un rostro conocido se atrevió a asomarse débilmente por el quicio de la puerta…
            -Hola Manuel, soy yo el padre de Yaritza y vengo a dejarle el desayuno que hoy con las prisas se lo dejó en casa.
            - Ah.. está bien Félix, yo se lo daré, perdona por la tardanza pero ya sabes que hoy hay que tener cuidado al abrir la puerta no sea que sea unos de ese dichosos piquetes ·informativos”
            - Si, claro lo entiendo perfectamente, a mi me ha costado Dios y ayuda el lograr llegar hasta aquí sin que me pararan. Bueno, hasta mañana Manuel.
…Y con la sensación de haber logrado mi peligrosa misión, me volví a casa a dejar pasar tranquilamente el día de huelga.
PD: Esto no es panfleto a favor ni en contra del seguimiento de la huelga, solo quería dejar constancia de la radicalidad de unos y otros. Y si tenemos derecho a ir a la huelga, también los tienen los demás a no secundarla y llevar tranquilamente a sus hijos al colegio, ir a trabajar o hacer lo que en conciencia estimen oportuno. Y que conste que yo particularmente apoyo  la huelga.
   

miércoles, 14 de marzo de 2012

¿SOY TORPE O LO HACEN PARA JODER?

Ayer por fin me decidí. Tras casi dos meses de posponerlo pensé que ya había llegado el momento de ponerse manos a la obra. Al fin y al cabo no podía ser tan difícil. CRASO ERROR.

Me preparé a conciencia, me puse mi pantalón de faena, saqué del armario la camiseta azul raída, esa que todos tenemos guardada desde hace años y nos negamos a convertir en trapos con la ilusa justificación de que es nuestra camiseta de brega, esa que vamos a utilizar cuando al fin nos decidimos a lavarle la cara a las paredes de nuestra casa con una manita de pintura y que en honor a la verdad nunca nos acordamos de usar para tal fin, esa que nos debería servir como atuendo protector a la hora de lavar el coche y que al final se sigue empolvando en el cajón cuando nos decidimos, in extremis, a pasar por un autolavado y dejarnos de historias manuales, esa que todos conocemos, esa que todos tenemos guardada en contra de la opinión de nuestras mujeres, novias y madres. Me acerqué al trastero y cogí mis herramientas. Aquel estuche comprado en Alcampo por 5 euros que trae varios destornilladores de estrella, alguno plano, un par de alicates y un juego de llaves fijas de una calidad monouso que por fin iba a estrenar. Ya estaba listo.

                El siguiente paso era desembalar el artilugio. Y empezó a torcerse la cosa. Después de varios intentos por lograr abrir el envoltorio sin causar daños extremos en el mismo, me di cuenta que no era esa la intención del fabricante, y que debió pensar que si había alguien tan gilipollas como para comprar tamaño armatoste, no merecía tener la posibilidad de arrepentimiento y devolución, con lo cual cerraban la caja de tal manera que era prácticamente imposible acceder a su interior sin antes destrozarla casi en su totalidad. Pero bueno, pensé, -es por una buena causa-, así que, armándome de paciencia, fui sacando pieza a pieza todos los componentes necesarios para el montaje. Ahora ya no había marcha atrás. Tenía 32 piezas de colores, dos bolsitas con tornillos y anclajes varios y 3 hojas tamaño Din-A3 con innumerables pegatinas esparcidas por todo el salón de la casa. “Ánimo Félix”, no paraba de decirme en voz baja intentando autoconvencerme de que si había sido capaz de sacar un título de Técnico Superior en Informática, no se me iba a resistir el montaje de las narices.

                 Siguiente paso: traducir la hojita de instrucciones, y no porque estuviera en otro idioma distinto al que más o menos dominamos (o sea el español), no, simplemente porque el lumbreras que había diseñado los pasos a seguir para lograr un montaje sencillo acompañandolo de dibujos cuya perspectiva de trazado iba bastante más allá de mis conocimientos de dibujo técnico, no se había parado a pensar que quizás el usuario final hacia el que iba destinado el encriptado papiro, NO sabía de antemano como se montaba. Con más dificultades de las previstas, fui poco a poco encajando las piezas, atornillando una y otra vez las mismas partes hasta dar finalmente con los tornillos que encajaban en los agujeros. Tras casi cuatro horas de arduo trabajo, de montar y desmontar piezas hasta dar con la combinación adecuada, al fin logré darle la forma que se suponía (viendo el  dibujo que aun se podía adivinar entre los restos de la caja) debía tener. Pero aun me quedaba otra media hora, al menos, para poder colocar todas las pegatinas que acompañaban al asunto y las cuales simbolizaban e indicaban con detalle la utilidad de cada parte. ¿Han probado alguna vez a colocar las susodichas en los huecos que vienen preparados para tal fin?, ¡es casi imposible!, hay que pegar y despegar 2500 veces cada una de ellas hasta lograr finalmente que la misma (ahora algo arrugada) encaje de una forma medianamente aceptable en su ubicación predeterminada.

                Total y para ir acabando, cerca de las diez de la noche pude por fin irme a la cama con una doble sensación, la de orgulloso padre que había logrado alcanzar el anhelado objetivo y la de una enorme frustración al caer en la cuenta que había tardado casi cinco horas y había perdido la paciencia y el tiempo del que rara vez disponía en montar una mierda de COCINILLA DE JUGUETE  a mi hija y que a la postre me produjo horas de insomnio y mal dormir por lo inepto que me hizo sentir.

Y es que está claro, para lograr montar la dichosa “cocinita” no hay que tener paciencia, hay que tener un Máster. Y con todo ésto, a lo que llego es a una clara conclusión: La próxima vez le regalaré a mi hija un iPod, una Tablet o una Play. Bien es cierto que según todos los estudios al respecto, éstos no sirven como juguetes educativos, que provocan que nuestros hijos se críen más alejados de la realidad que lo que nos criamos nosotros, que serán algo menos sociables y todas las zarandajas que les dé la gana, pero…. ¿y lo contento, sin frustraciones y relajadito que me iré yo a la cama?.

miércoles, 7 de marzo de 2012

QUERIA IR AL CARNAVAL DEL SUR

….no llevábamos ni tres horas desde que desembarcamos en los Bugan Golf, unos apartamentos en la zona más tranquila del campo Internacional, cuando Migue, Carlos y yo mismo ya necesitábamos algo más que la ayuda de nuestras piernas para poder recorrer el corto espacio que  separaba  las tumbonas de nuestro nido de alcohol y purpurina. Desde el viernes por la noche, durante el transcurso de la reunión que habíamos mantenido en el Tagoror  hasta altas horas de la madrugada con la intención de dejar todo atado y bien atado, la consigna había sido clara, diversión, alcohol y juerga. Habíamos estado preparando el asalto a las carnestolendas del Sur desde hacía varias semanas, teníamos todo preparado, algo de comer, un apartamento alquilado para utilizarlo como sede de arranque y vuelta, nuestros disfraces y alcohol, mucho alcohol con el que inhibirnos lo suficiente para aparecer en los mogollones disfrazados de putas baratas en disfrute del Carnal. Y la hora había llegado, llevábamos medio día del sábado tumbados en la piscina del hotel con la inestimable compañía de nuestras sotas, caballos y reyes beodos ya de tanto sobarlos con el aroma de nuestras Heineken y por fin, y hay que reconocer que ya con bastante esfuerzo, acordamos que era la hora de zambullirnos en el mundo al que habíamos venido a conquistar. Nos dimos una ligera ducha y poco a poco y de uno en uno, nos fuimos metiendo en nuestro papel. Minifaldas de cuero, corpiños rojos pasión tan ajustados que casi ni nos permitían respirar, medias de seda roja, tacones altos negros , pelucas tan falsas como nuestra identidad y el toque final, un bolso tan descaradamente libertino como su propio contenido, algo de dinero, unos cigarrillos de la risa y preservativos, muchos preservativos.

     El carnaval del Sur era diferente, aquello que en otras zonas de la isla era considerado, como poco, atrevido, aquí era normal. Las calles estaban abarrotadas de meretrices barbudas, bomberos semidesnudos cuya virtud solidaria consistía en intentar “manguear” alguna mascarita despistada, policías borrachos, enfermeras de ensueño ataviadas con minúsculas minifaldas blancas y desabotonadas blusas que harían “resucitar” a cualquier enfermo, y todo tipo de individuos disfrazados de lo más variado y surrealista  que uno se pueda imaginar. Y allí estábamos nosotros, tres  fulanas provocativas en busca de alguna “dama” disfrazada, por qué no, de potencial cliente. La caza había comenzado. Las horas fueron pasando a una velocidad endiablada, entre cubatas y bailes, entre risas y coqueteos, la noche se iba acabando y nosotros estábamos cada vez más en un estado de euforia desatada y diversión desmedida. No voy a negar que a lo largo de toda la noche, los “picoteos” furtivos fueron varios, preciosas nórdicas vestidas de vikingas, una morenaza de ojos cegadores vestida de algo así como la mujer gato, etc., etc., pero fue como a eso de las 5 de la mañana cuando la conocí. Masera era una chica gallega que estaba de vacaciones con unas amigas en Maspalomas y que no había querido perderse tan afamada fiesta bajo ningún concepto. Ella y sus parteners se habían agenciado unos disfraces de colegiala en una tienda del centro comercial  El Faro. Eran unos atuendos sencillos, minifaldas negras, medias blancas hasta las rodillas, camisetas blancas con un ligero desabotonado que dejaba entrever sus precios atributos de veinteañera, y unas más que sugerentes coletas que les daban un aspecto angelical a la vez que enormemente sensual. Pronto entablamos conversación, y de la conversación al baile y de éste a los primeros roces y besos. Tal vez fuera por el ambiente, por la euforia de la gente o simplemente y posiblemente por la ingesta de alcohol que ambos ya llevábamos realizada, que no tardamos más de media hora en ponernos de acuerdo en que esta plaza ya se nos quedaba algo pequeña para la faena que se presumía. Sin apenas dejar caer sus últimas palabras de consentimiento, nos salimos del bullicio y rápidamente paramos un taxi que nos acercara a los Bugan. Por el camino, y enroscados en el mullido sillón trasero de un Mercedes clase C empezamos a dar rienda suelta a nuestros deseos de contacto y sabor mientras el taxista, ya más que acostumbrado a la visión de una pasión de sábado noche, trazaba su mirada hacia otra parte para que la escena no descentrase su labor. No sé lo que tardamos en llegar, pero se nos hizo eterno el trayecto e intentando adecentar en lo posible nuestros maltrechos disfraces, nos bajamos de nuestra “carroza” y entramos en el complejo con la premura que la situación requería.

La habitación no dejaba de dar vueltas, tenía una sorprendente y preocupantemente familiar vida propia,  estaba seguro de que no se trataba de un “deja vu” sino más bien de cúmulos de recuerdos de batallas pasadas. Con toda la dignidad de la que pude hacer alarde en esos momentos de caótico equilibrio, cogí a Masera por la cintura y mientras le acariciaba el cuello con suaves y magistrales movimientos de mis expertos dedos, acerqué mi rostro a sus carnosos e intensos labios rojos y mientras mi lengua buscaba el placer de sus sentidos, no paraba de mordisquear su comisura notando como su espalda se estremecía y la excitación iba en aumento convirtiéndose en esos momentos en un muñeco en mis brazos del que en ese momento supe podría hacer lo que quisiese… Sabía perfectamente que ese era mi momento y que no lo iba a dejar pasar, no podía permitir que la situación se enfriase, así que mientras multiplicaba mis caricias, mientras el dorso de mi mano descarada recorría con lentitud su espalda descendiendo desde su cuello a través del cañón  que su espalda formaba al arquearse de placer y dejándole claro el objetivo perseguido, mis labios no cesaban en saborear su cuello, oscilándose magistralmente a un lado y otro de su rostro hasta alcanzar en los extremos del péndulo los puntos de éxtasis que yo sabía iban a provocar su rendición total. Y justo en ese momento, y como en una coreografía años ensayada, nuestros cuerpos fueron dejándose llevar, como flotando a través de la estancia hasta alcanzar los límites  de la cama y en  el momento en que sentí contra mis piernas el borde de aquella que en breve nos iba a servir de cómplice necesaria para dar rienda suelta a nuestros más salvajes instintos, en ese momento supe que ya era mía y sentí que era el momento de desorientarla, de desarmarla del todo, de vencer, si aún existía alguna, cualquier defensa que aún me quedase por derrotar. Siempre supe que los momentos previos a la locura, al frenesí, era una partida de ajedrez, una batalla ganada a base de estrategia, y que la mejor arma en estos casos siempre había sido la sorpresa, la previsión puede hacerte perder el momento. Mis brazos dejaron de comportarse como dulces cisnes franceses y de repente y sin previo aviso se convirtieron en salvajes pero metódicos águilas germanas, para lograr al fin llegar a la conjunción perfecta, la pasión intensa de un corcel latino. La rodeé con fuerza con mis brazos y girando sobre mí mismo y antes de que pudiera reaccionar, había logrado deslizar ese hermoso cuerpo ya semidesnudo sobre el que se iba a convertir en un lecho de pasión desenfrenada. Sólo paré unos segundos, lo suficiente para poder observar con claridad como bajo su disfraz entreabierto, sus turgentes pechos mostraban una respiración convulsa en un movimiento sinuoso y sensual que parecía iba a hacer saltar por los aires los pocos botones a que aún permanecían en su sitio como queriendo ofrecer algún tipo de digna resistencia ante lo que los dos ya sabíamos hacía rato que era una rendición absoluta y sin condiciones…

-          Félix, Félix, levántate ya, recuerda que hoy tienes partido.

 La agreste voz de mi hermano sonó como un atronador látigo que partía en dos el dulce sueño que me había acompañado durante toda la noche de este solitario sábado, y como volviendo de un fantástico viaje a la cruda realidad, me di cuenta de donde me hallaba, sí amigos, me encontraba sobre la misma cama en la que me había acostado la noche anterior al volver a casa de mi hermano a pasar la noche del sábado tras  lo frustrante, para mi hermano y para mi, que había resultado el no haber logrado conseguir habitación en el  Sur para este fin de semana y que nos había obligado a abandonar nuestros planes iniciales de fiesta y quedarnos en casa otro sábado más.

…pero el año que viene seguro que voy.