miércoles, 7 de marzo de 2012

QUERIA IR AL CARNAVAL DEL SUR

….no llevábamos ni tres horas desde que desembarcamos en los Bugan Golf, unos apartamentos en la zona más tranquila del campo Internacional, cuando Migue, Carlos y yo mismo ya necesitábamos algo más que la ayuda de nuestras piernas para poder recorrer el corto espacio que  separaba  las tumbonas de nuestro nido de alcohol y purpurina. Desde el viernes por la noche, durante el transcurso de la reunión que habíamos mantenido en el Tagoror  hasta altas horas de la madrugada con la intención de dejar todo atado y bien atado, la consigna había sido clara, diversión, alcohol y juerga. Habíamos estado preparando el asalto a las carnestolendas del Sur desde hacía varias semanas, teníamos todo preparado, algo de comer, un apartamento alquilado para utilizarlo como sede de arranque y vuelta, nuestros disfraces y alcohol, mucho alcohol con el que inhibirnos lo suficiente para aparecer en los mogollones disfrazados de putas baratas en disfrute del Carnal. Y la hora había llegado, llevábamos medio día del sábado tumbados en la piscina del hotel con la inestimable compañía de nuestras sotas, caballos y reyes beodos ya de tanto sobarlos con el aroma de nuestras Heineken y por fin, y hay que reconocer que ya con bastante esfuerzo, acordamos que era la hora de zambullirnos en el mundo al que habíamos venido a conquistar. Nos dimos una ligera ducha y poco a poco y de uno en uno, nos fuimos metiendo en nuestro papel. Minifaldas de cuero, corpiños rojos pasión tan ajustados que casi ni nos permitían respirar, medias de seda roja, tacones altos negros , pelucas tan falsas como nuestra identidad y el toque final, un bolso tan descaradamente libertino como su propio contenido, algo de dinero, unos cigarrillos de la risa y preservativos, muchos preservativos.

     El carnaval del Sur era diferente, aquello que en otras zonas de la isla era considerado, como poco, atrevido, aquí era normal. Las calles estaban abarrotadas de meretrices barbudas, bomberos semidesnudos cuya virtud solidaria consistía en intentar “manguear” alguna mascarita despistada, policías borrachos, enfermeras de ensueño ataviadas con minúsculas minifaldas blancas y desabotonadas blusas que harían “resucitar” a cualquier enfermo, y todo tipo de individuos disfrazados de lo más variado y surrealista  que uno se pueda imaginar. Y allí estábamos nosotros, tres  fulanas provocativas en busca de alguna “dama” disfrazada, por qué no, de potencial cliente. La caza había comenzado. Las horas fueron pasando a una velocidad endiablada, entre cubatas y bailes, entre risas y coqueteos, la noche se iba acabando y nosotros estábamos cada vez más en un estado de euforia desatada y diversión desmedida. No voy a negar que a lo largo de toda la noche, los “picoteos” furtivos fueron varios, preciosas nórdicas vestidas de vikingas, una morenaza de ojos cegadores vestida de algo así como la mujer gato, etc., etc., pero fue como a eso de las 5 de la mañana cuando la conocí. Masera era una chica gallega que estaba de vacaciones con unas amigas en Maspalomas y que no había querido perderse tan afamada fiesta bajo ningún concepto. Ella y sus parteners se habían agenciado unos disfraces de colegiala en una tienda del centro comercial  El Faro. Eran unos atuendos sencillos, minifaldas negras, medias blancas hasta las rodillas, camisetas blancas con un ligero desabotonado que dejaba entrever sus precios atributos de veinteañera, y unas más que sugerentes coletas que les daban un aspecto angelical a la vez que enormemente sensual. Pronto entablamos conversación, y de la conversación al baile y de éste a los primeros roces y besos. Tal vez fuera por el ambiente, por la euforia de la gente o simplemente y posiblemente por la ingesta de alcohol que ambos ya llevábamos realizada, que no tardamos más de media hora en ponernos de acuerdo en que esta plaza ya se nos quedaba algo pequeña para la faena que se presumía. Sin apenas dejar caer sus últimas palabras de consentimiento, nos salimos del bullicio y rápidamente paramos un taxi que nos acercara a los Bugan. Por el camino, y enroscados en el mullido sillón trasero de un Mercedes clase C empezamos a dar rienda suelta a nuestros deseos de contacto y sabor mientras el taxista, ya más que acostumbrado a la visión de una pasión de sábado noche, trazaba su mirada hacia otra parte para que la escena no descentrase su labor. No sé lo que tardamos en llegar, pero se nos hizo eterno el trayecto e intentando adecentar en lo posible nuestros maltrechos disfraces, nos bajamos de nuestra “carroza” y entramos en el complejo con la premura que la situación requería.

La habitación no dejaba de dar vueltas, tenía una sorprendente y preocupantemente familiar vida propia,  estaba seguro de que no se trataba de un “deja vu” sino más bien de cúmulos de recuerdos de batallas pasadas. Con toda la dignidad de la que pude hacer alarde en esos momentos de caótico equilibrio, cogí a Masera por la cintura y mientras le acariciaba el cuello con suaves y magistrales movimientos de mis expertos dedos, acerqué mi rostro a sus carnosos e intensos labios rojos y mientras mi lengua buscaba el placer de sus sentidos, no paraba de mordisquear su comisura notando como su espalda se estremecía y la excitación iba en aumento convirtiéndose en esos momentos en un muñeco en mis brazos del que en ese momento supe podría hacer lo que quisiese… Sabía perfectamente que ese era mi momento y que no lo iba a dejar pasar, no podía permitir que la situación se enfriase, así que mientras multiplicaba mis caricias, mientras el dorso de mi mano descarada recorría con lentitud su espalda descendiendo desde su cuello a través del cañón  que su espalda formaba al arquearse de placer y dejándole claro el objetivo perseguido, mis labios no cesaban en saborear su cuello, oscilándose magistralmente a un lado y otro de su rostro hasta alcanzar en los extremos del péndulo los puntos de éxtasis que yo sabía iban a provocar su rendición total. Y justo en ese momento, y como en una coreografía años ensayada, nuestros cuerpos fueron dejándose llevar, como flotando a través de la estancia hasta alcanzar los límites  de la cama y en  el momento en que sentí contra mis piernas el borde de aquella que en breve nos iba a servir de cómplice necesaria para dar rienda suelta a nuestros más salvajes instintos, en ese momento supe que ya era mía y sentí que era el momento de desorientarla, de desarmarla del todo, de vencer, si aún existía alguna, cualquier defensa que aún me quedase por derrotar. Siempre supe que los momentos previos a la locura, al frenesí, era una partida de ajedrez, una batalla ganada a base de estrategia, y que la mejor arma en estos casos siempre había sido la sorpresa, la previsión puede hacerte perder el momento. Mis brazos dejaron de comportarse como dulces cisnes franceses y de repente y sin previo aviso se convirtieron en salvajes pero metódicos águilas germanas, para lograr al fin llegar a la conjunción perfecta, la pasión intensa de un corcel latino. La rodeé con fuerza con mis brazos y girando sobre mí mismo y antes de que pudiera reaccionar, había logrado deslizar ese hermoso cuerpo ya semidesnudo sobre el que se iba a convertir en un lecho de pasión desenfrenada. Sólo paré unos segundos, lo suficiente para poder observar con claridad como bajo su disfraz entreabierto, sus turgentes pechos mostraban una respiración convulsa en un movimiento sinuoso y sensual que parecía iba a hacer saltar por los aires los pocos botones a que aún permanecían en su sitio como queriendo ofrecer algún tipo de digna resistencia ante lo que los dos ya sabíamos hacía rato que era una rendición absoluta y sin condiciones…

-          Félix, Félix, levántate ya, recuerda que hoy tienes partido.

 La agreste voz de mi hermano sonó como un atronador látigo que partía en dos el dulce sueño que me había acompañado durante toda la noche de este solitario sábado, y como volviendo de un fantástico viaje a la cruda realidad, me di cuenta de donde me hallaba, sí amigos, me encontraba sobre la misma cama en la que me había acostado la noche anterior al volver a casa de mi hermano a pasar la noche del sábado tras  lo frustrante, para mi hermano y para mi, que había resultado el no haber logrado conseguir habitación en el  Sur para este fin de semana y que nos había obligado a abandonar nuestros planes iniciales de fiesta y quedarnos en casa otro sábado más.

…pero el año que viene seguro que voy.

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